Las personas que han tenido la experiencia de compartir con un niño con cáncer, conocen las características extraordinarias de estos seres, que  a su corta edad afrontan con valentía y fe esta difícil vivencia.

Es probable que cuando pensamos en un niño diagnosticado con cáncer creemos  que en él y en su familia sólo hay tristeza, soledad y sufrimiento y es lógico asumirlo así, dado que se trata de una enfermedad en la cual el niño debe exponerse a procedimientos potencialmente estresantes, como la radioterapia, quimioterapia o extracciones de sangre, que en ocasiones se han considerado incluso más dolorosos que la propia enfermedad.

Lo que también es real  que cuando compartimos con ellos  podemos descubrir  la intensidad del amor,  de la alegría frente a las cosas pequeñas de la vida, la madurez que adquieren en corto tiempo y con la que pueden enseñarnos a los adultos, pero  ante todo la fe inmensa y la esperanza en Dios.

El ser humano se fortalece emocional y espiritualmente ante las situaciones críticas y cuando acontecen en un niño quien apenas está conociendo el mundo, el evento es todavía más significativo, ellos logran madurar en un corto tiempo y nos enseñan a los adultos a ser más fuertes.

En el trabajo que llevo a cabo como psicóloga en la Unidad de Oncohematología del Hospital de Especialidades Pediátricas de Maracaibo, en ocasiones incontables he escuchado a los pacientes hablar de lo difícil y doloroso de su enfermedad.

De forma contraria, también señalan que la experiencia les brindó la oportunidad de considerar la vida de forma diferente. Frases como: “Esta enfermedad me ha llevado a mi  verdadero encuentro con Dios”, “Dios sabe porque hace las cosas”, “lo importante es la fe y la esperanza” son comunes hasta en los momentos más difíciles del proceso.

Ejemplo de ello es cuando un niño no logra superar su enfermedad y la muerte inminente. Él es capaz de percibir la situación en toda su intensidad y logra despedirse con valentía, amor y esperanza. Esto sólo se logra con la sabiduría que poseen estos verdaderos ángeles vivientes.

Los niños que padecen de cáncer presentan necesidades emocionales que son comunes en todos los niños, aunque no estén enfermos. Esto incluye la necesidad de sentirse queridos, desarrollar un sentimiento de pertenencia, sentir auto-respeto, obtener una sensación de logro, seguridad y de sentirse libre de sentimientos de culpabilidad. Dichas necesidades debemos intentar cubrirlas las personas de su entorno y me refiero a los familiares, los amigos íntimos, los vecinos, el personal de la salud y los voluntarios.

Es por esto que te sugiero que cuando te consigas en tu camino un niño con cáncer no pierdas la oportunidad de conocerlo, de escucharlo, de sentirlo, puedes reconocerlo muy fácil, físicamente podrás ver una cabecita sin cabello, un tapa bocas y unos ojos con una luz resplandeciente, pero sobre todo de su interior saldrá  una enorme ternura, paz, amor y sabiduría. De seguro,  estarán acompañados de sus valientes padres o familiares, quienes han sido especialmente seleccionados por Dios para cumplir la difícil labor de educarlos y cuidarlos, luchando contra sus propios miedos y preocupaciones, pero también fortaleciéndose día tras día en medio de la terrible tempestad. No los dejes pasar… ellos son ángeles de la vida deseosos de compartir su experiencia contigo y de enseñarte a vivir la vida más intensamente.